El trauma no resuelto de las madres mitiga la respuesta de la amígdala a la angustia infantil
Investigadores del Baylor College of Medicine (Houston, EE.UU) han publicado un estudio en el que la respuesta de embotamiento de la amígdala en madres con una experiencia traumática no resuelta puede ser un indicador neural de la posible falta de compromiso con la angustia emocional del bebé, lo que puede indicar un estilo de crianza disruptivo y una vinculación insegura.
Mientras que la neurobiología del trastorno por estrés postraumático (TEPT) ha recibido mucha atención por parte de los/as investigadores/as, los mecanismos neurales subyacentes a los tipos de TEPT más encubiertos y generalizados han sido mucho menos estudiados. A pesar de que la manifestación sintomática de estos subtipos no es tan dramática, son sucesos más profundos, transgeneracionales y cuyos efectos persisten a lo largo de la vida.
Durante las dos últimas décadas, los estudios longitudinales que se han llevado a cabo han puesto de manifiesto que los hijos de las madres con un trauma no resuelto son más propensos a presentar un apego profundamente desorganizado. Estos bebés suelen mostrar dificultades a la hora de buscar a su madre para obtener confort cuando están angustiados, además de parecer asustados y alarmados en presencia de su progenitora traumatizada. Pese a toda la evidencia generada y a los correlatos comportamentales identificados, los mecanismos transgeneracionales del trauma no resuelto siguen sin ser identificados.
El papel de la amígdala
A lo largo de toda la literatura disponible, la amígdala no solo se ha descrito como una estructura límbica centrada en el reconocimiento de la emoción de miedo, sino que también es la encargada de generar las señales de alerta que desencadenan las conductas evitativas. Pero las funciones de esta estructura no se limitan a la evaluación de la amenaza, van más allá: la amígdala forma parte de los “circuitos maternos” como un sustrato neuronal clave que apoya la sintonización de la respuesta materna. Los estudios más recientes sostienen que la amígdala, a partir del contacto ocular entre la madre y el bebé, interactúa con las áreas de recompensa del cerebro para mejorar el valor apetitivo de los estímulos infantiles, que sirven para incrementar la atención y la capacidad de respuesta de la madre hacia su bebé.
Amígdala y trauma
Se considera que la amígdala es un mediador de las secuelas socio emocionales del trauma a largo plazo. Contrariamente a las respuestas emocionales intensas comúnmente observadas en un trauma único, agudo y de inicio en la edad adulta, se han reportado respuestas emocionales embotadas en casos de traumas prolongados, recurrentes y de inicio temprano. En cuanto a la activación de la amígdala se han observado patrones diferentes según el momento de aparición del trauma: en los casos en los que ha aparecido más tarde, se observa una hiperactivación de esta estructura, mientras que en los casos en los que el trauma ha aparecido antes en el tiempo, se observa un patrón caracterizado por una disminución de la activación en la respuesta de esta estructura. Una serie de estudios recientes califican esta disminución de la activación en la respuesta de la amígdala cómo una estrategia de embotamiento defensiva que se desarrolla como consecuencia de una exposición prolongada al trauma.
Apego materno-infantil y trauma
Es bien sabido que la respuesta materna a la angustia del bebé es un aspecto central en la formación de un apego materno-infantil seguro. No obstante, los investigadores centrados en el estudio del apego especulan acerca de que las señales de angustia de los bebes pueden activar recuerdos traumáticos no resueltos en sus madres, iniciando así una cascada de respuestas emocionales maternas. A partir de esta premisa, los autores/as del estudio predicen que las madres con experiencias traumáticas no resueltas presentarán una respuesta emocional de embotamiento desencadenada a partir de las señales de angustia de sus bebés. Esta hipótesis impulsa a los autores a estudiar un mecanismo neurobiológico que pueda sostenerla.
Para llevar a cabo esta investigación se utilizó un paradigma de rostros validado con Imagen por Resonancia Magnética Funcional (fMRI), en el que las madres observaban imágenes de sus propios/as hijos/as intercaladas con imágenes de otros bebés. Las imágenes con expresiones faciales de alegría en los bebés se utilizaron como control, mientras que cuando las madres observaban las imágenes con expresiones de tristeza de los propios hijos, se procedió a mapear los patrones de respuesta de la amígdala, comparando estos patrones con los que se obtenían al observar imágenes de bebés desconocidos. Los investigadores predijeron que las madres con traumas no resueltos presentarían una respuesta de embotamiento de la amígdala en consecuencia a las expresiones faciales de tristeza de sus propios bebés. Se trata de un estudio longitudinal que incluyó 42 madres primíparas entre 19 y 41 años, a quienes en el tercer trimestre del embarazo se les evaluó la presencia de una experiencia traumática no resuelta. Las imágenes de los bebés que se presentaron a las madres se sacaron a los siete meses posparto y la respuesta de la amígdala materna a estas imágenes, registrada mediante fMRI, se obtuvo a los once meses posparto.
Los hallazgos
En cuanto a las características de la muestra se puede decir que el grupo control estuvo compuesto por las mujeres que no presentaron ninguna experiencia traumática no resuelta (n=25), y el grupo experimental por las que presentaban un trauma no resuelto (n=17). Ninguna participante presentó sintomatología depresiva (evaluada mediante el Inventario de Depresión de Beck-II), ni registró puntuaciones significativas para un trastorno de personalidad, evaluado de manera categorial mediante el Personality Disorder Questionnaire (PDQ-4+). Tampoco se registró estrés relacionado con la parentalidad, evaluado con el Parentin Stress Index (PSI), ni se observaron diferencias estadísticamente significativas entre los dos grupos para las variables sociodemográficas y comportamentales.
Los hallazgos muestran que, tal y cómo se hipotetizó, la respuesta de embotamiento de la amígdala materna solo se observaba cuando las madres presenciaban imágenes de sus propios hijos, es decir, en un contexto de vínculo. Este efecto resultó ser específico para las expresiones faciales de tristeza, lo que va en consonancia con los resultados obtenidos por Beebe en el año 2010, en el que se subraya que las madres con un trauma no resuelto quizás no presentan un déficit global en la vinculación emocional, sino que lo que se observa es un fracaso en la armonización con el bebé durante los momentos en los que este experimenta angustia. En cambio, en las madres del grupo control, se observó un fenómeno frecuentemente documentado en la literatura sobre el funcionamiento de la amígdala; se observó una respuesta más intensa de la amígdala cuando las madres atendían expresiones de afecto negativo en sus bebés que no cuando observaban expresiones con una afectividad positiva.
La evidencia sobre las diferentes respuestas cerebrales a las señales de los bebés en el estudio del vínculo es escasa. Los pocos estudios que hay destacan el papel del vínculo seguro cuando se comparan personas con un vínculo seguro y personas con una vinculación insegura. Se documentó una respuesta más intensa de la amígdala cuando se utilizaron señales de bebés desconocidos para demostrar la respuesta de la amígdala en mujeres nulíparas con una vinculación insegura. El presente estudio es el primero en comparar señales de los propios bebés con señales de bebés desconocidos, a fin de demostrar que el embotamiento de la respuesta de la amígdala en mujeres con experiencias traumáticas no resueltas es específico en los contextos de vinculación.
Estos resultados indican un apuntalamiento neurobiológico mediante el que las madres con experiencias traumáticas no resueltas parecen tener una respuesta conductual mitigada a la angustia de sus bebés. La respuesta de embotamiento de la amígdala que se ha documentado en el presente estudio sugiere que el hecho de que las madres con falta de sintonía con la angustia de sus bebés puede estar respaldado por una señal debilitada del sistema límbico, lo que permitiría desencadenar una respuesta atípica. Este hallazgo es merecedor de atención dada la fuerte asociación entre esta falta de sintonía y el desarrollo de un vínculo infantil profundamente desorganizado.
La observación de la respuesta de embotamiento de la amígdala puede contribuir a la consideración de la transmisión transgeneracional del trauma. Se puede especular que la respuesta de embotamiento se mantiene porque tiene la función de proteger a la madre de la reexperimentación de los recuerdos generadores de malestar del propio trauma. En consecuencia, a nivel psicológico el bebé es abandonado, sin poder compartir o mitigar con nadie su malestar emocional. A causa de la vulnerabilidad psicobiológica generada por el propio trauma, estos hallazgos ofrecen la posibilidad de observar cómo las madres con una experiencia traumática no resuelta pueden presentar un mayor riesgo de dejar a su bebé desatendido ante el malestar emocional.
Estos resultados permiten iniciar la búsqueda de una estrategia de intervención para ayudar a las díadas madre-bebé que se ven afectadas por un trauma materno. Ayudar a las madres a mantener el compromiso durante los momentos de angustia del bebé puede ser un camino prometedor hacia la restauración de una vinculación segura durante el período de desarrollo del bebé.
Enlaces utilizados para la elaboración de la noticia:
Beebe, B., Jaffe, J., Markese, S., Buck, K., Chen, H., Cohen, P., et al. (2010). The origins of 12-month attachment: a microanalysis of 4-month mother-infant interaction. Attachment & Human Development, 12(1-2), 3–141. doi: 10.1080/14616730903338985
Kim, S., Fonagy, P., Allen, J. & Strathearn, L. (2014). Mothers’ unresolved trauma blunts amygdala response to infant distress. Social neuroscience, 9(4), 352-63. doi: 10.1080/17470919.2014.896287